domingo, 8 de marzo de 2015

CAPÍTULO QUINTO





Tranco 9.- Ruleta y tórrido idilio entre un militar y una casquivana

Se retiró Federico Taylor en dirección al ambigú, donde ofendió mortalmente a Antoñito Baylos, el barman, al declarar que el Frascuelo seco frappé era una porquería, y pedir en su lugar güisqui de garrafa. En la saleta, el coronel Aureliano sacó con aire dubitativo el modesto fajo de billetes que llevaba en el bolsillo de la casaca, y la media virtud corrió a situarse a su lado con una sonrisa cautivadora.

– ¿No hemos sido presentados antes, mi coronel?
– De haber sido así, lo recordaría – respondió galante Aureliano, con una respetuosa reverencia. Y juntando los tacones con un chasquido seco, añadió –: Coronel Aureliano Buendía, de Macondo. Para servirla, señorita…
– Margaretha Zelle, pero puede llamarme Mata Hari con toda confianza.

Se inclinó de nuevo el militar, y la ninfa equívoca señaló con descaro los billetes que llevaba él en la mano.

– ¿Me permite apostar por usted, coronel? Estoy segura de que le daré suerte.

Ya se ha dicho que Buendía llevaba consigo en aquel momento las ultimísimas reservas de la caja de la Legión; pero ni siquiera parpadeó en el trance. Era un caballero por encima de todo. Tendió los billetes a la furcia.

– Disponga de esta bagatela como guste, señora Mata Hari.

La horizontal hizo dos montones de igual tamaño y colocó uno al 8 rojo y el otro al 23 negro. Giró la ruleta, el instante se eternizó, temblaron levemente de aprensión en los veladores las luces indirectas que ponían en valor las alegorías del Tiépolo, la bolita se detuvo por fin, y el croupier cantó:

Vingt et trois, noir, passe.

Instantes después yo era el encargado de recoger y guardar ordenadamente en la faltriquera el aluvión de billetes, monedas y fichas que aseguraban la subsistencia de la Legión indomable de Macondo durante por lo menos los seis meses próximos. El coronel Aureliano se volvió a la bella bandarra:

– Le estoy infinitamente agradecido, madama Hari. ¿Me permite invitarla a alguna cosa?

– Justamente en eso estaba pensando yo – respondió la guarrindonga.
– ¿Tal vez una copa de champaña de la Veuve de Clicquot, helado?
– Yo más bien pensaba en otra cosa – retrucó la suripanta con un guiño salaz, mientras se abanicaba con intención los bajos.

Los dos se esfumaron detrás de las cortinas cómplices de uno de los reservados. Yo me quedé de plantón en el pasillo, custodiando la caja del regimiento.

Mucho se ha especulado sobre el encuentro de la bella guarrindonga con el coronel en aquel reservado del casino. Hasta Vicentico Blasco Ibáñez se vio estúpidamente obligado a armar la zapatiesta amarillenta en su periódico La mascletà.  Que si fueron cinco copulaciones entre el de Macondo y la Hari. Que si hubo otras filigranas eróticas. Que si pitos. Que si flautas. Que si naps, que si cols. Pero nada sabemos de cierto. Un solo dato podemos ofrecer al voraz lector: un servidor dejó puestos encima de la mesa dos docenas de suspiros de España, al terminar la entrevista no había rastro de ellos. El champagne, así mismo, estaba finiquitado.

Más tarde –muchos lustros más tarde--  nada más llegar a la contigüidad del Cosmos busqué al de Macondo. También Muerte se lo había llevado a cucurumbillo. Le pregunté por lo del casino con la Hari.

«Nada de particular», me dijo. «Le propuse que fuera la directora general del espionaje colombiano. Me contestó, poniendo la boca saritamontielmente, que le habían dicho que en Colombia hacía una calor muy pegajosa». «¿Y de lo otro, mi coronel?». Su respuesta: «Muy buenos los suspiros  de España, carajo».  

Tranco 10.- Consecuencias prácticas del punto de fusión de los futuribles

Es absolutamente necesario en este momento crítico de la narración hacer un inciso en lo que Kristeva ha denominado el “fluir evenemencial de los procesos concurrenciales”, y Poliakoff ha definido con mayor acuidad y concisión “la joda de costumbre”. Sé que tengo al lector pendiente del hilo del relato, pero no hay más moños que interrumpirlo para dar entrada a una aclaración sustancial para la comprensión adecuada de esta larga narración cuyo único valor es la verdad insobornable que gobierna todos sus pormenores hasta el más mínimo detalle, que ha sido evaluado y remirado con escrúpulo mil veces antes de ofrecerlo, en su expresión simple y desnuda de adorno ni embeleco alguno, al albedrío frívolo de un público voraz.

El caso es el siguiente. La poderosa colisión de las miradas, las voluntades y los estrógenos del coronel y la pizpireta, ocurrida aquella noche en el Casino, causó una perturbación perceptible en el clinamen o deriva de los átomos que componen el mundo físico según la teoría de Demócrito de Abdera, una barriada de chabolas de la vieja Parapanda. Dicha perturbación pasó prácticamente inadvertida en el mundo que rutinariamente hemos dado en llamar “real”, como si no hubiese otras realidades más allá de las tres míseras dimensiones que componen el cosmos según la inaceptable simplificación euclidiana.

En cambio, en la contigüidad del Cosmos a la que me vengo refiriendo en diversas ocasiones, y que en aquel momento yo no compartía todavía, la perturbación produjo un movimiento sísmico morrocotudo y la fusión de uno de los futuribles que aseguran el mantenimiento en niveles tolerables de la continuidad esencial de las coordenadas fisicoquímicas y ambientales. Mi tita Merceditas, que en aquel momento se encontraba en la parroquia de Santa Rita de Casia en trance de ofrecer un cirio encendido en el altar de la Beata Simone Weil (de los Weil de toda la vida) el segundo por la izquierda en la sucesión de los monumentos piadosos dedicados a los Grandes Beatos Heterodoxos, mi tita Merceditas digo, se vio de pronto sumida en la oscuridad, y con la cera fundida del cirio que sostenía goteándole por el brazo abajo. Dio grandes gritos pidiendo auxilio, pero nadie acudió a socorrerla hasta pasadas varias horas, cuando los técnicos hubieron reemplazado el futurible fundido por otro de fuerza equivalente.

Mi tita reclamó la dimisión del Gobierno por aquel percance, y hubo que recordarle que en nuestra contigüidad no existe gobierno y todos los asuntos, incluso los de trámite, se resuelven por votación a mano alzada. Mi tita replicó que una contigüidad sin Gobierno es una contigüidad de chichinabo, indigna del más mínimo respeto por parte de las personas decentes. Por dolorosa que me resulte la confesión, debo admitir que Merceditas llevaba en este pormenor toda la razón. La contigüidad del Cosmos que habito, nacida de la conjunción de varias conjeturas matemáticas que se expondrán en su momento, podrá ser muchas cosas, pero carece por completo de respetabilidad. Qué le vamos a hacer.

No es ese, sin embargo, el dato importante, sino más bien el hecho sobradamente conocido por los científicos sociales de que cuando se reemplaza un futurible por otro, por más parecidos que sean los dos, todo el fluir evenemencial, o sea la joda de costumbre, sufre una modificación del espacio/tiempo imperceptible al principio, pero que al paso de las leguas y de las horas se va acentuando hasta ocasionar una bifurcación sustancial en el trayecto histórico. Así pues, a todos los efectos el lector ha de ser consciente de que cuando el coronel Aureliano y yo regresamos al campamento de la Legión, a la mañana siguiente de los hechos que quedan descritos en el capítulo anterior, el paradigma había cambiado y los hechos empezaban a precipitarse en masa confusa en una dirección distinta. Las cosas son así, lo siento, no me lo he inventado yo.


Quede amarrado el lector a la tumbona turquesca para estar informado al detalle de toda una serie de acontecimientos principales que hasta la presente ciertos intereses bastardos han ocultado. O, mejor dicho, han pretendido ocultar, porque en Parapanda  --bien al calor del hogar o de la mesa camilla, bien a la fresca veraniega cuando la tarde languidece y renace la sombra--  los acontecimientos que oirás eran narrados de abuelos a nietos y de nietos a los nietos de sus nietos. 

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