Tranco
ni se sabe
1)
Juanico Cagadudas andaba reconcomido por haber votado Sí en el referéndum a la Constitución de la Sinarquía. Explicaba
a quienes querían escucharle, que no eran muchos: «Yo por inclinación natural
era más bien de la opinión de abstenerme, lo tenía claro, hasta cierto punto,
desde luego, con algunas reservas. Sin embargo en el momento de votar, ya con
la papeleta en la mano y todo, no sé qué me pasó. Lo vi y no lo vi. Y cambié el
voto.»
2)
Joselito de Maracena perdió sus numerosos latifundios, así en la vega como en
las sierras de secano, como consecuencia de la revolución. No le valió el
recurso planteado ante el Alto Tribunal Jambrío (máxima expresión del poder
judicial parapandés), que se reunía los viernes por la tarde en torno a la mesa
de dominó del casino de los medianicos y resolvía los pleitos o bien por
consenso o bien a la carta más alta si había discrepancias fundamentadas. En el
caso que nos ocupa, el recurso del marqués sacó el cuatro de espadas, y la
causa del pueblo la sota de bastos, según resulta de las investigaciones
profundas llevadas a cabo por el historiador Mateu Malayo.
No
se amilanó ante el revés el último vástago de los poderosos Maracena, y abrió
una tienda de antigüedades decorada con primor al estilo de Piranesi, que llamó
«Boutique du Marquis». Tuvo un éxito loco entre las viudas de diversos reyes
del hormigón armado y otros jerifaltes de la industria pesada estadounidense,
las cuales acudían en aquellos años locos como moscas para dilapidar sus
fortunas en el goloso panal de miel de la Parapanda “in”. Maracena no llegó a venderles
nada, pero su título nobiliario, único patrimonio que retenía, le valió
numerosos idilios tan fogosos como económicamente jugosos con unas cuantas
millonarias del medio oeste yanqui. Acabó por traspasar la boutique parapandesa
y abrir una franquicia de la misma en Milwaukee, para tener a su clientela más
a mano (literalmente).
3)
Tito Muselina, en su nueva reencarnación como el borgoñón Sparafucile, se dejó
prender sin resistencia, mohíno y deshonrado en su profesionalidad de sicario
por haber fallado un tiro tan fácil a bocajarro, con el agravante de haberlo
hecho delante de un público tan numeroso y selecto. Nunca se enteró del
cambiazo de la munición. Pasó largos años encerrado en la trena de Parapanda,
convertida de otra parte en monumento patrio debido a que en su tercera galería
habían aprendido ortografía y rudimentos de literatura los cabecillas jambríos
presos después de los sucesos de la Jedionda. Fue Ángel Prior, arriscado periodista
de La Voz de
Parapanda implicado en los mismos sucesos, quien les había servido entonces de
dómine.
También
el falso Sparafucile dedicó una parte de sus largos ocios a la docencia.
Coincidió en la celda durante una semana con mosén Gafoso, el sucesor de Senén
en la parroquia. Gafoso había sido sorprendido in fraganti robando las limosnas
del cepillo de San Antonio, y el sicario le enseñó de cabo a rabo un himno
novedoso que hacía furor allende los Alpes, y comenzaba así: «Giovinezza,
giovinezza, primavera di belleza…»
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