lunes, 2 de marzo de 2015

CAPÍTULO DÉCIMO (FINAL)






Tranco 19.- Historia de un bel inganno

A) Los prolegómenos

-- Día del Corpus, Casa de la Sinarquía. 8.30 horas

Llega un propio enviado por Juan de Dios Calero, primer manijero del turno de mañana (8 a 2), con la novedad de que sufre un flujo de vientre motivado por la ingesta de calamares fritos en mal estado la noche anterior, y no va a poder estar presente en la procesión.

El mensaje no es verídico. Calero está en ese momento realizando sus ejercicios gimnásticos matinales en camiseta sin mangas y pantalón rayado de pijama. Para más tarde tiene dos libros sobre la mesa camilla, en los que piensa invertir con provecho las horas matinales. Son ellos: la Crítica de la razón pura, de Kant, y el libreto de La reina mora, pieza del género chico escrita por don Serafín y don Joaquín Álvarez Quintero (la música es del maestro José Serrano, pero esa tendrá que imaginarla el medianico Calero, porque no entra en sus posibles un signo externo de lujo tal como una gramola.)

La razón profunda de tal anomalía (no nos referimos a la ausencia de gramola en la vivienda del prócer, sino al escaqueo de su deber de mandatario, que tiene visos de poco patriótico) tiene su última ratio en algo ocurrido la noche anterior.

-- Vísperas de Corpus. Bar Raíz cuadrada de menos uno. 23.35 horas

Hay un grupo de personas de calidad reunidas a la barra. Están presentes, entre otros, los genitores de la patria Calero y Ubaldo, más Cucurumbillo, el Tronchaíyo y también otro Antoñico, un profesor de francés que hace versos y viene de vez en cuando a Parapanda desde Baeza, en el autobús de línea, a pasar un rato con los amigos. Calero defiende ante la selecta concurrencia, con verbo elocuente, el laicismo de la Sinarquía y de consiguiente la separación estricta de poderes: nada de autoridades civiles mezcladas en los fastos religiosos del Corpus. Es preciso que los mandatarios, empezando por él mismo que entra de turno de manija a las 8, boicoteen la ceremonia religiosa. Parece haber una mayoría de opiniones en favor de su postura, pero en estas que pide la palabra el Tronchaíyo y habla y habla, con su verbo suave pero lleno de fuego oculto, de la cultura nacional-popular, de la religión en cuanto que «conciliación mitológica de las contradicciones reales», de la necesidad de incluir la «questione vaticana» en nuestra concepción de la hegemonía, y otras sutilezas que los oyentes no llegan a entender del todo bien pero escuchan con la boca abierta. El otro Antoñico, el de Baeza, lo aclama «¡Viva la madre que te parió!». Calero sabe desde ese momento que la discusión está perdida. Abraza al Tronchaíyo, reclama imperioso al mozo «¿Qué se debe aquí, quiyo?», y abona el importe de las dos últimas rondas de vino y la tapa de jamón de mono. Pero al mismo tiempo decide no desoír a su fuero interno y no dejarse ver al día siguiente al lado del chupacirios mitrado de don Balbino.

-- Día de Corpus, Bar Mau Mau, 9.30 horas

El día ha amanecido muy hermoso. Ni una nubecilla en el cielo. Sol espléndido, veintitrés grados de temperatura, una brisa ligera sube desde la ribera del Dílar. Yo me siento en plena forma mientras me desayuno con unos tejeringos y un tazón de chocolate en el Mau Mau. En estas que se me presenta el compadre Frasquito Puerto:

– ¿Eres tú quien tiene hoy el turno de manijero suplente?
– Yo mismo, Frasquito, tómate un tejeringo, tío.
– No hay tiempo. Juan de Dios anda con cagarrinas, y has de sustituirlo al frente de la procesión como Primer Manijero. Corre a vestirte de gala, a las once treinta pasamos revista y a las doce en punto como un clavo sale la procesión.
– Joer, tío, me has fastidiado el día – digo yo.

Aún no sé en ese momento hasta qué punto el día se me va a fastidiar.

-- Día de Corpus. Alameda del Dílar, 12.15 horas

La procesión solemne llega a la altura del Puente Grande sobre el Dílar. Toda la Alameda está alfombrada de pétalos multicolores de flores. La coral parapandesa entona himnos sacros: Alabado sea el Santísimo, etc. Yo estoy soberbio, vestido con mi traje de luces tabaco y oro, los machos bien atados, envuelto en el capote de paseo de brocado que bordó en grana y negro mi tita Merceditas. Ocupo la cabecera de la procesión, detrás de una gran pancarta en la que se lee, en grandes letras rojas: «Aut Parapanda aut nihil», y debajo en letras más pequeñas: «por un corpus christi laico, reivindicativo y de clase». El catedrático de Lenguas Esquimales don Enric Oltra parece ser –aunque no está confirmado por el historiador Mateu Malayo--  de la leyenda de dicha pancarta. Las concesiones a la religión son admisibles como bien explicó el Tronchaíyo, pero la cultura nacional-popular es un conglomerado inescindible, si no quiere diluirse en gabinas de cochero, ¡chúpate esa, Balbino!.

B) El atentado

El patio de cuadrillas de la Catedral está a rebosar de mujerío de peineta y tacón alto; los tendidos de sombra, junto al Sagrario, atestados; en las andanadas lucen sus boinas los medianicos y los jambríos. Desde los estrados contiguos, deslumbran los fogonazos del magnesio. Están presentes en la ceremonia todas las grandes agencias de prensa del mundo: Reuter, Tass, Magnum, Associated Press. Las cancillerías les han filtrado con discreción la primicia de que hoy, aquí y ahora, va a producirse algo tremendo, tal vez escandaloso o tal vez terrible.

El Obispo Balbino mira a la feligresía. Ahueca la voz y exclama: «Queridos hijos en el Amor a la Virgen del Pasmo, leeré la Epístola del Apóstol Anselmo Lorenzo a la gente de Maracena …»     

Ya pueden adivinar ustedes el resto. Sparafucile que se adelanta y aprieta el gatillo, y el Mitrado que se tira al suelo gritando zorrunamente: «La hostia, que me muero», mientras con el rabillo del ojo mira cómo la feligresía, encabezada por Maruja la de los Nueve Barrios y Frasquito Puerto, detiene al falso borgoñón al grito “que no escape el cacho cabrón”.

A mí me parece que el obispo hace un garabato con la mano diestra mientras me guiña el ojo izquierdo. Antoñico el Tronchaíyo, que no estaba al tanto de la trama, dejó escrito en sus famosos Cuadernos de Parapanda que aquello parecía una «ammuina napoletana». Sea: «All’ordine "facite ammuina” tutti chilli che stanno a prora, vann’ a poppa e chill che stann’ a poppa vann’ a prora; chilli che stann’ a dritta vann’ a sinistra e chilli che stanno a sinistra vann’ a dritta; tutti chilli che stanno abbascio vann’ coppa e chili che stanno ‘ncoppa vann’ abbascio; chi nun tiene nient’a ffa, s’aremeni a ’cca e a ‘lla».

Por mi parte, doy una gran voz: “Aut Parapanda aut nihil”. Me siento eufórico, ¡el plan está funcionando! Y en ese momento algo empieza a darme vueltas. A mi lado veo a Muerte que me guiña el ojo y me dice con acento parapandés: «Ámonoz ninio, a la Contigüidá Cóhmica». Y sin más contemplaciones se me lleva a cucurumbillo.  
– ¡No, coño, ahora no! – quiero decir, pero mi voz ya no se oye. La Parca no me aúpa durante mucho rato, se abre delante de nosotros como una puerta invisible o una esquina impensada, y de golpe estamos ya en el otro lado.
– Esto no es lo que habíamos convenido – protesto. Y ella me responde:
– Son gajes del oficio. Hay que tener una concepción estratégica global, si no estamos todos jeringados. ¿Crees que yo trabajo por gusto? Escucha.

Desde donde estamos, disponemos de una panorámica de toda la escena. Frasquito Puerto ha visto la oportunidad a la velocidad del rayo y se ha encaramado al púlpito diseñado por Gil de Siloé. Su figura, en una pose heroica y declamatoria, es captada con avidez por las cámaras de los reporteros. Dice:
– Las puertas de la ciudad cuatriarcada han estado y seguirán estando abiertas para todos, pero mirad cómo pagan las grandes potencias nuestra hospitalidad. – Señala mi cuerpo, mi pobre cuerpo juncal, tendido sobre los mármoles. ¡Cuánto desperdicio! Yo que había empezado a seguir un curso de Charles Atlas para desarrollar mis bíceps.

En estas me doy cuenta de la sustancia del discurso que está echando Frasquito. Con increíble habilidad, ha convertido el previsto atentado de los masonazos de Parapanda contra San Balbino Mártir, en un magnicidio de las fuerzas de la reacción contra la más alta autoridad de la Sinarquía surgida de la revolución social.

En las portadas de los periódicos de todo el mundo aparecieron las fotografías de Sparafucile apretando el gatillo; del Obispo perdiendo el equilibrio; de mí a su lado, caído en el suelo; fotos del Mitrado bendiciéndome con la mano diestra, y la mirada alzada al cielo; fotos de Frasquito Puerto arengando a la humanidad esclava y llamándola a romper sus cadenas en el nombre de Parapanda y de la consigna del look the finger. Todo un guirigay que trajo sus repercusiones internacionales, como se verá.

C) Las repercusiones

¡«Viva, viva nosotros»!, exclamaron en un primer momento desde sus poltronas Gordo Winston, Putón Petain y el Yanqui; Kerenski según se cuenta parece que exclamó: «De esta se aprovecha el calvo Vladimiro, lo presiento». Jolgorio en las cancillerías, vítores en las curias cardenalicias, besamanos en las sedes de los burgueses insaciables y crueles. Jeideguer, un malafollá tudesco, se echó al coleto media docena de botellas de moyate de la marca Ontología del Ser. Pero …

… pero Parapanda es mucho Parapanda. Al día siguiente las agencias de prensa informan verídicamente –con tanta verdad como la que afirma y demuestra que «el cuadrado de la ipecacuana es igual a la suma de los fildurcios de los catetos»--  de lo sucedido. Il bel inganno se consuma. Las fotos lo dejan claro: Balbino está más vivo que todos los vivos, el muerto es el malogrado Primer Manijero Pepito Cucurumbillo – un joven estadista de gran porvenir –, el tronchaíyo Antoñico –más serio que un ajo--  se limpia las gafas. Se sabe que el borgoñés ha cantado de plano, que un fulano llamado al parecer Smiley ha sido detenido en la estación del tren cuando pretendía escurrirse de incógnito con un pasaporte falso a nombre de Antoñita Moreno. Se especula con la participación de los servicios secretos de las potencias en un plan para la desestabilización de la Sinarquía. Y todas esas cosas… Las bolsas de valores de Parapanda y de todo el mundo, empezando por Gual Estrí, suben, el finger se cotiza por todo lo alto. Millones de personas ocupan las calles de las principales capitales del mundo con pancartas, banderas, pendones, damascos a los gritos de «Aut Parapanda aut nihil» y «Parapanda somos todos».

En Parapanda se improvisa un mitín en la Plaza Aurora Gómez donde hablan Juan Belmonte y Rafael El Gallo, Luis Perdiguero, Manolo Caracol (que ha cantado La niña de fuego), don Enric Oltra, Eduardo Saborido y Fermín Salvochea. Cierra el acto el sin par, inmarcesible Frasquito Puerto. Que es recibido con las notas de un petaco: 

“Tié Parapanda un mushasho
con más güevos que Cagancho,
baila que baila, compadre,
con la gracia del petaco.
Yo tuve una librería
con los libros mu baratos”

Así habló Frasquito:

«Pueblo de Parapanda. Hemos ganado la batalla. Ciertas potencias extranjeras se han comido un mojón como un camión. (Una voz: Me cago en tó tus muelas, gordo Güinston)
» Cuidaíco con lo que decimos ahora. Hemos recibido un telegrama firmado por los tres grandes. Acusan a quienes han querido desestabilizar el gobierno popular de Parapanda. Y nos muestran su apoyo. (Rafael El Gallo le dice por lo bajinis a Benedetto Croce: “Muy hábil este Frasquito, igualito que su pae, que en paz descanse”)

» Y como prueba de su amistad, los tres grandes han aceptado las condiciones de nuestro plenipotenciario Juanico Espantamulos para un acuerdo comercial: exportaremos piononos a tres mil dólares la caja; las tagarrninas estarán a cinco mil quinientos dólares; los tejeringos, marca las Pimpollicas, les saldrán a siete mil doscientos catorce dólares; y …

… y ya no se pudo oír la voz del orador: jambríos, medianicos, medianos y gordos aplaudían, saltaban y se abrazaban. Pepito Ortega, filósofo local, gritaba “¡viva la conllevancia, viva la conllevancia!”

Yo viví aquella efeméride desde la Contigüidad Cósmica. Y no pude aguantarme: «Mira, Muerte. Por muy Silvana Mangano que seas nunca te perdonaré que me sacaras de allí. Vaya arroz amargo que me has dado. Me cago en el Ser y la Nada». Y Silvana, abriendo sus piernas y quitándose la faja, me dijo: «Déjate de pollas y vamos a lo que vamos, Cucurumbillo».

Tranco 20.— La partícula de Eduardo Saborido o el intríngulis de la Contigüidad

Un incunable rescatado por un empleado de la limpieza y que se encontraba olvidado en el fondo de los archivos secretos del antiguo Palacio Presidencial, hoy Casa de la Sinarquía, nos deparó nos deparó la solución –definitiva, según la comunidad científica parapandesa--  de la Contigüidad (ahora ya con mayúsculas) del Comos. Don José Batatero dio con la tecla: el texto estaba escrito en la elegante grafía árabe; las palabras, empero, respondían a voces de la contundente parla parapandesa. Era la nunca bien celebrada aljamía en su rama científica. La Casa del Pobretariado premió el esfuerzo de Batatero con una arroba de carne de membrillo, una caja de cigarros puros de la fábrica de tabacos y las obras completas del Caballero Audaz.

El texto aljamiado anónimo establecía «la relación entre el momento flector y las deformaciones que éste produce sobre una determinada estructura, siempre que estas estructuras isostáticas e hiperestáticas estén regidas por un comportamiento elástico del material». No obstante, el autor, fuese quien fuese, lo proponía como conjetura. Pasaron siglos y muchas fueron las aguas que pasaron bajo la puente del río Dilar que a Parapanda baña, hasta que tal conjetura –una vez desvelada la literatura aljamiada--  fue elevada a la rotunda categoría de teorema. 

Don José Batatero, pues,  tiene el honor del ascenso en el escalafón que se produce cuando una conjetura queda demostrada por un teorema. Batatero era el marido de mi tita Elvira que tenía una miga en Parapanda. Matemático autodidacta creador de lo que Poincaré denominó los «números batatéridos», aunque don José prefirió, en su humildad, llamarlos «tejeringos». No entretendremos, por sabido, al lector en su explicación: hasta los niños chicos están al tanto. En aras a la concisión expondremos la fórmula final:

Veáse, pues:    







Quod erat demostrandum. Quedaba demostrada la existencia de la Contigüidad del Cosmos. Cosa que, en cierto modo, nos incomodaba a todos sus inquilinos porque preferíamos pasad inadvertidos.

Ciertamente, audaz lector –y si encarta, lectora--  todavía, me dirás, queda por saber cuál es la vereda que Muerte recorre desde que te pilla hasta la Contigüidad Cósmica.  Pues bien, Don José Batatero insinuó que era a través de la «partícula de Eduardo Saborido» o el llamado «bosón de Eduardo Saborido», que de ambas formas puede y debe llamarse. Dos de sus alumnos –Paquito Poldemar y Pepe Luis Pineda--  precisaron más en las enseñanzas de maese Batatero. «El bosón de Saborido era una astrólida que permite la existencia de porosidades cósmicas –en realidad, nano prorosidades de cuatro millones de kilómetros cuadrados— que, a su vez,  permite el tránsito de nuestro universo a la Contigüidad del Cosmos. Sí, dichas porosidades se forman [añadieron ambos becarios] por el peso del Cosmos sobre las mega peanas que lo aguantan, y no tanto –como se creía hasta ahora--  por la fuerza de la gravedad, cuya influencia es irrelevante. Ea».

Por  mi parte no añadiré nada más. También a un servidor de ustedes se lo puso Muerte como condición  –con ciertos arrumacos a lo silvanamangano--   a cambio de nuevos, vigorosos y renovados fornicios “en el salón del ángulo oscuro”  de la Contigüidad Cósmica.  Todo gratis et amore.    

 Finis coronat opus. 



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